uno de enero / freddy peñafiel

los pasos se me van llenando de muertos
las calaveras saludan por las ventanas con sonrisas enamoradas
antes de saltar al abismo
es normal y no me espanta
no nací para encontrar cobijo bajo sonrisas ni lindas historias
vine a patear
y recibir patadas
vine a aprender a volar
y no puedo llevar peso conmigo
hay días nublados en que pienso
que sí es posible
elevar mis alas
ayudándome
ayudándote a volar
conquistando las nubes de caramelo
para contruir techos de cristal
donde encontrarnos
para pasar los malos tiempos..
justo cuando alzo el vuelo cargando
mi mochila de leñador
te apareces detrás de la ventanilla de reclamos
diciéndome que no imagine nada
que no cree historias imposibles
donde tú vengas a desfacer muertos
y yo aprenda a cosechar uvas en el toboso
una lágrima se me rueda por la mejilla izquierda
hasta la casa de un mejillón
corazón del fondo del mar
y no te hago caso

sábado, 6 de septiembre de 2008

CUADERNO DEL ALDEANO

EL PLACER DE LOS ADVERTIDOS
CUADERNO DEL ALDEANO
Yannit Pozo Castillo

LECCIÓN DEL PUENTE
Puedo aprender a ser puente.
Manera íntima de saberme una espalda sin límites.
Límites como barrotes, como guerreros al encuentro del vacío.
Puedo asombrar al espejo con metáforas que juegan a corromper cimientos,
huesos que he sabido cubrir con un rostro.
Tengo sombra propia, y me aguijonea.
Bretón podrá declarar al rocío con cabeza de gata que se mecía en el puente.
Quizás sea yo mismo sobre mi espalda
pensando en mecer al tiempo
que pretende dibujar la música del óxido.
Ignora que soy sordo, y que mi frente es de agua.
Un poeta pudiera dibujar en el agua, pero el tiempo no, él se dedica a masticar poetas.
puede ser un lugar común dibujar en el agua. A Bretón se le pudo haber ocurrido
dibujar el rocío con una cabeza de gata, pero hasta él, dibujó en el agua.
Ser puente no es nada difícil, solo hay que dejarse corromper un poco,
y que te huellen la memoria.



MI CIUDAD
Muerdo esta ciudad de vacuo vestido.
Prescindo de jardines
para que caiga la íntima lluvia.
Los parques,
relojes donde los viejos blanquean su existencia,
adornos del olvido.
Mi casa cobija el pincel de Lezama,
un poco de música aristotélica.
Odiado por los conciudadanos
camino avenidas sin títulos;
balcones
bancos
y latas acongojadas
escuchan mis silenciosas estrellas.
Mis pasos tupieron todas las estufas,
ningún lobezno atacará.
Llega mi noche,
y escalo la más alta fortificación:
el tiempo.
Espero la necesaria ráfaga de dudas
que me despeine,
me sumerja
y haga de mi cuerpo,
materia para jardines.



AL TREN DE CUMANAYAGUA
Un tren avanza sobre su ausencia.
La huella oxidada se abraza
al silencio de los árboles.
Usurpa el sudor del que viaja a su desgarro.
Un tren puede dejar de ser tren
si toda la ciudad lo besa,
si su música despierta a los cómicos gorriones,
a los perros humildes que pretenden noticias sobre los otros perros,
a los mármoles del cementerio.
Animal sagrado
bueno para conspirar en contra de geografías.
Ya los viajeros tatúan vísceras
en el pavimento.
Ya le amputaron las patas a este grillo
musical en su mutis.

JAMÁS HE VISTO
Jamás he visto dónde duermen los gorriones.
En mi ciudad las esquinas saben a cábala.
Los gorriones se nutren del humo,
poseídos transeúntes que todo distorcionan.
Las esquinas guardan un Guernica,
un imperio de palabras.
Los transeúntes, ágiles gacelas,
nunca han poblado una esquina.
Los gorriones, pequeños fantasmas,
nunca han poblado mi ciudad.
Jamás he visto cómo duermen las esquinas.



LOS PORTALES Y YO
I
Hoy he caminado de portal en portal,
como un desierto en el desierto
y soy yo mismo
caminando por mi frente,
por los poros de la pared.
Las puertas se abrieron,
nubes amuralladas
que el viento sedujo.
Salí de mis huesos,
ahora soy casa orientada al vacío.
Yo, espejo de los portales,
los portales, espejos.
Hemos poblado la ciudad,
únicos,
en amaneceres de la sombra.

II
Tenemos una ciudad que no tocamos,
que de cerca sentimos
cual polvo en los oídos,
cual ceniza olvidada en la mano
de cualquier mitad de hombre.
Siempre nos ha roído la gota del reloj
que ha muerto en su sillón;
viejos que respiran,
como los versos de cualquier salmo del sur.
Y todo se hace claro,
lo dijo Baudelaire:
"conozco las cosas mudas
y olvido las flores;
olvido también a los otros;
agujeros dentro de agujeros;
pedazos de la bruma".
Tengo tanto detras,
y tanto en el camino,
que sé comentar las vísceras
de cada insecto pretendiente de la noche,
esa que me educa.
Hoy he caminado de mí en mí.

MI YO MARGINAL
La nada donde estoy sentado es de retama.
Mi garganta hiede cual dantesco cadáver del mes próximo.
Trituro con mi trompeta siete los finales jobescos.
El tan democrático basurero mora en mi rostro.
Los gorriones de mis ojos se han saturado.
Escalo el nicho que muerde segundos.
Forniqué con la retama de la retama.
El himen de la nada tapizó mi tambor vagante.
Avisado estoy en mi ciudad de miasma gris.
Mis zapatos y nariz, en un constante impacto con el marge, existe,
él también es mi techo;
mi "yo" devora vacuidades.



CONVERSACIÓN CON LAS CALLES
I
Pude haber sido la sombra de un edificio,
la esencia pulcra de cualquier basurero que anida impávido
en el pecho de la ciudad.
Pero soy del pavimento calador,
como el aire al polvo de las puertas.
He avanzado como un gorrión por la garganta de la rapiña,
por tu silencio harapiento.
Mis pasos seducen esa piel de túnica áspera
preñada de una extrañeza
que se aloja a la intermperie de mi ser.
Oh dueña del sudor
que lubrica el tiempo de las cosas
que sin el beso de mis manos quedan.
Repásame la suma de secretos,
desde un perro que mira como un monje
hasta la paz del indigente
que calienta tu hálito.
Sálvame de ser solo pasos que respiran,
incertidumbre que juega en el Getsemaní
que habita en cada uno de tus poros.
Tenme diamante de letanías y misterios.
II
Hoy suspiran los ruisueños edificios,
sus sombras calientan la justicia de tus curvas,
y te lamen espejo.
Nuevamente me he sentado en el humo
que es después de la lluvia,
y he tomado el jadeante pincel
con que la noche peina tus contornos.
III
El mendigo extiende su mano.
Me ofrece aire,
un mendrugo de silencio.

Oh mar oh mar

EL PLACER DE LOS ADVERTIDOS
ASUNTO FIJO
Eduardo Frías Etayo




Oh mar oh mar
devuélveme
Teresa Melo



El golpe duro contra las rocas, ro-cash. Hay dos formas de mirar un escollo, la del marino que lo maldice y la del náufrago que lo agradece. La oscuridad es directamente proporcional a naufragar. Lo primero, echar mano a una botella. Echar una botella en la mano. Lanzar mensajes de humo dentro. Empañar las cosas, enturbiarlas y naufragar. Es importante naufragar. No ahogarse. Quedar varado, escorado. Aferrado a la más mínima tabladuda. Gritar por encima de la resaca. Convencerse de que estamos solos. Y esperar. Dejar crecer la barba-calma, el pelo-desesperanza y viceversa. Y esperar. Esperar que el mar regrese con los vidrios rotos.

***
Se me enredaron los pasos en las pesadillas. Perdí el horizonte en cuatro apuestas. Era más fácil jugarse los regresos. Improbables. Los adoquines marcan la ruta. Quizás hasta existan buenas intenciones. En ocasiones hay Final Feliz. Por lo menos los domingos a las tres. Palpo las pesadillas. Gordas. Viscosas. Acechan. Han tendido desesperos e impaciencias a la salida de cada habitación. El hoy es mi disfraz. Temo dormir.

***
Andar con la lengua suelta. No afuera. Simplemente suelta. Reptando una búsqueda. Evocadora humedad que se escapa no lejos del alcance de los labios. Puede hasta convertirse en Burla. Dejar huellas de saliva para no perder el camino. Quemar las naves. Cuerpos. En el principio era la lengua.

***
Tiro los dados, es doble uno. No tengo siquiera una salida, y es hermoso retornar a los pasadizos rocosos de viejas cavernas. El viaje primigenio. La oscuridad envolviendo el deseo, la prisión térrea. Tiro los dados, es doble uno. No siempre es dos, tan sólo la repetición del mismo. Es el espejo. Reflejo contra la roca que pende sobre la posible apertura al cielo. Pasan abrumadoras las fechas sin celebraciones, es el olvido, peor que una mala palabra. Oscuridad sin sombras, no hay estrellas, ni lágrimas de donde asirse. Es mejor solo que mal acompañado. Si la tierra te habla no cometas el error de escucharla. Tiro los dados, es doble uno. Regreso al encierro y sin derecho a decidir hasta la próxima oportunidad.

***
Estoy emparedado entre confidencias. Me muevo en la habitación de los espejos. Cada confidencia se refleja en otra y se distorsionan hasta el infinito. En ocasiones las imágenes se conjuran. Entonces las confidencias se vuelven un suave murmullo acariciador-deslizante que deja una brecha en los muros para que penetren nuevas confidencias. Se empotran en las paredes y curvan los espejos. Sellan. Desollan. Des-oyen. Estoy emparedado entre confidencias. Temo las Hemipuertas, las Magnopuertas. Prefiero marcharme por los patios de trasfondo, sitios de muchas ventanas desadheridas del tiempo. Apenas lo intento. Una confidencia. Me emparedan.

Hay hombres...

Hay hombres...


Hay hombres que caminan por las calles
con un sol en la frente, un diamante de luz,
con hambre de otra vida, con aire de combate, hay hombres que se sientan a la mesa y reparten su pan con gusto solidario.

Hay hombres que despiertan y sonríen
mientras dicen: hoy es el día.
Dan la mano como un acto de fiesta,
saludan como cantando un himno.

Hay hombres que de noche tienen sueños justos, destierran ángeles corruptos
y al despertar, para salvar la tribu
van presurosos a sus puestos de lucha.
Esos que son así, como usted, son los hombres libres.

Hamlet Lima Quintana

Osmany Oduardo

EL PLACER DE LOS ADVERTIDOS
Osmany Oduardo

Les dejo el tiempo, todo el tiempo.
Eliseo Diego


Les dejo mi ventana sin barrotes,
mi corazón sin rejas, estas ansias
de tragarme el océano. Les dejo
una ciudad sin puertas que no es mía
pero me pertenece por cansancio,
porque asomé a su edad sin darme cuenta
aquella tarde al sur de piedras suaves.
Les dejo otras mujeres que se astillan
en mi cama pequeña y se retuercen
sobre mi soledad. Les dejo el tiempo
debidamente detenido en mí.
Se quedarán también con mis amigos
y algunos borradores que valdrán
muy poco (a mis amigos no los compran
con millones de estrellas y guijarros).
Si es posible les dejaré un licor
para hundir la tristeza. Si es posible,
un árbol para colgar los teléfonos.
Si es posible una mañana. Destierro
el amor, los secretos, porque ustedes,
amigos prestamistas, son tan limpios
que precisan de mí la mejor parte,
es decir: perros, mendigos, columnas,
ceniceros, espinas, baños públicos."
Algo en ti que me aleja de nosotros
y no es Dios ni su templo ensimismado
ni el portal que se advierte sin noticias
ni esa nube en tus ojos que penetra
mi imagen trasnochada. Algo feroz
retiene dentelladas a mi hartazgo:
no es París donde vago por las noches
y de día devuelve su espejismo:
eres tú mi país que me separa
de nosotros: eso te hace remota
cuando llego sin jueves ni aguaceros,
cuando abrazo tu risa hasta morirme
reclinado en tus pechos diminutos.
Eres tú mi país y eso me aleja.
Tus ojos son las seis de la mañana.
Hay un raro espejismo y manantiales;
hay un país en ruinas, anegado
entre lágrimas y azogue. Morir
no es el precio a tus plantas y conjuros.
Hay algo dable en ti --superficial--
y no el pan piadoso con que acuchillas
mi estómago inhumano, donde enciendes
esta libido que no escampa nunca
aunque te hayas marchado sin destierros
ni portales. Hay algo cruel en ti
y no es la mano que corta el pan, no
son tus ojos durmiéndose en mi sombra.
Tus ojos son las seis de esta mañana.
Para morir me sobran estos días cansados,
escaleras que anuncian tu voz y esas paredes
percudidas y amargas. Me sobra la ciudad
de rostros repetidos, de calles y comercio
donde acuñar mis sueños miserables. Regreso
para partir otra vez y escupan mi nostalgia.
Me duermo para verme más pobre que la tierra.
Despierto porque nunca me he visto tan probable
y risueño. Repito: para morir me sobran
estos días, su invierno, la lluvia que penetra
el polvo, justo ahora que existes, avisada
de que vas a morirte también por mis poemas.
Para morir hay miércoles, balcones antiguos
donde verte pasar si caminas estos párpados,
si tu pelo es ausencia o desastre y te atormenta
cuando asomo a tu boca, cuando soy un suspiro.
Puedo ser un suspiro si tu boca me alcanza.
Puedo habitar tu boca. Puedo morir absurdo
si nos separa un parque y sus cuerpos trasnochados.
Para escapar me sobran sonatas, sinfonías;
me sobra el sol y la noche; me sobran canciones
y fuego, toda esa paz que nunca escribo, todo
este amor que no cabe en relojes ni osamenta.
Escucha: tanto miedo no alcanza para oírte,
mi soledad exige tu precio en los mercados,
mi silencio es tan turbio que hace ruido en las noches.
Contempla: hay algo negro rozando mi cerebro,
se parece al suicidio, un poco más oscuro;
se parece al pasado, con poco menos risa
y vestimenta. Tu voz me duele dentro y hondo
y es blanca como un miércoles vacío. Te advierto:
para morir me bastan tu piel y otros lugares.
Soy un animal. Habito todos los teléfonos
vacíos y los parques sin pájaros. La muerte
es sólo una estación para piedras y mortales.
La vida es insípida y sin tiempo para mí.
Yo soy un animal que muere a secas. No quiero
una razón para implantar reinos, convocar
aceras al discurso nocturno de las fuentes.
Quisiera amanecer de vez en cuando, tan solo
que me astille así contra mi propia soledad.
Algo puede amortajarme la distancia, pero
nunca un paisaje, nunca un vestido de muchacha
que ha quedado herrumbrado y espera otro camino,
otra piedra contra su desnudez infinita.
Puede ser que otras mujeres inventen desde lejos
unas garras para amasar mi soledad, unos
dientes para estrenar mi piel sin huellas y un grito
para asustar las noches. Yo me pierdo cansado
para siempre en mi habitación: ciudad que recorro
una y otra vez y entonces desconozco gentes
apartándose de mí, horrorizadas y torpes.
Entonces es que pienso: mi sinrazón los harta,
mi condición de bestia los convierte en receta.
Entonces impaciento el reloj y me hago sitio
al otro lado de la muerte, y si hoy canto es
porque soy un animal terriblemente solo.
El árbol siempre estuvo en mi garganta
despojado de pájaros y vientos.
Nadie debe talarme tanta vida.
Un árbol puede ser la mujerzuela
del parque y ese sátiro el país
desgarrando sus vestidos. El árbol
puede disfrazarse de cuerdas y
ocultarme de todos sus naufragios
y lanzarme de bruces al domingo,
a sus tardes suicidas e inocentes.
Nadie debe podar tanta desidia.
Hay un árbol que aúlla desde el fondo,
pataleando su asfixia irredimible
en la gruta detrás de mi garganta.
Ante la multitud soy sólo asombro,
como uno deshojando adversidades
en un ruedo sediento. Ante el clamor
de esas bestias amarradas en el
palco, soy la sensacional distancia
entre vida y muerte. Podría ser
un vendedor de puertas para invierno,
un hacedor de piedras, un descanso
de esa escalera al cielo --tan pequeña
Podría ser el viento o un disparo
pero me falta cordura, una ínfima
dosis de paciencia o desconfianza
o miedo para aferrarme a los ojos
de una muchacha de primera fila.
Pero soy domador que no destierro
ni canción ni pared ni militante
del olvido. Soy terco domador
jugando a morir entre dientes. Soy
la mitad que le falta a la bestia
o, mejor dicho, es la bestia esa parte
sin la cual quedo huérfano de aplausos,
sin la que me reduzco a un espantoso
payaso rozando mezquindad. Temo
--porque temer es algo que indigesta--
que a mi nombre lo oculten en la jaula
porque ruge y resuella; que despierte
convertido en la bestia que castigo
a desafiar las llamas. Temo tanto
que grito latigazos en la arena
como aquel gladiador que abrió el portón
equivocado. Quién puede juzgarme
por querer ser un rugido inocente
y no voz que se esfuma ad infinitum,
porque cuento en mis dedos las estrellas,
mutilado de pan y cobardía.
Nadie puede encadenarme a este circo
de trapecistas sin alas porque el viento
no me trae cortinas de mi casa,
lejana como un río. Nadie puede,
porque quien doma fieras es un paria
con nombre y apellidos e inscripciones
donde se consta que nació con látigo:
real símbolo de muerte y de martirio.
Total:
que vivir es un don que nos absuelve
del azufre y del fuego; que morir
es un día sin respuestas, sin odio,
sin la muchacha de primera fila
que faltó cuando más se la esperaba.
Total:
que hay un día sin mar de hablar despiertos,
pues dormidos, qué somos sino sombras
pululando en diez puntos cardinales;
que la carpa es un cielo sin Dios Santo,
sin el Hijo a la diestra, y escapar
es condenarse al miedo, a estar cuerdos,
a ser domesticados por la usura
porque bajo la carpa protectora
qué somos sino bestias sin modales,
o qué soy yo sin mi animal de feria
bajo un cielo con Dios. No quiero ser
un vendedor de parques y muchachas,
un catador de la embriaguez y el tedio,
un invierno sin puertas, un consumo.
Prefiero ser el domador de a veces
bajo un cielo emparchado que ha sufrido
ser fiera, aplauso, asombro, latigazo.

Tendrán que oírme decir no me conozco.
Eliseo Diego
Tendrán que oírme callar el dolor
bajo la mesa. Nadie nombre platos,
mantel. Todo se esfuma como un sueño
mal nacido en los hospicios. Tendrán
que soportar el rabo y su cadencia,
silenciar esa luna, atar el día
inmortal que se dibuja infeliz
contra mi rostro. Alguien puede decirme:
este el camino azorando palomas,
estas las riendas del tiempo y la sed.
Nadie podrá decirme: esta tu hambre
y esta la mesa para que te escondas.
Tendrán que soportar la noche sucia
mientras me trago todo este silencio.
Yo no sé de alfileres en la voz.
Siempre el viento me trajo esos gorriones
taciturnos. Los trajo a morir en
mis sudores que se sabían fértiles
de atardecer y espanto. Se marcharon
y así noche se fue nublando en día.
Yo no sé de la paz en los umbrales
ni un grito soterrado en la memoria
ni esa lluvia agujereando mi casa.
Yo no sé si el pasado duerme absorto
en mi sien. Lo he visto morir golpeado
por mañanas imberbes y estampidas.
Pero sé de este día que me ahorca.
Pero sé una estación para infelices.

NÁUTICAS Y OTRAS ACOTACIONES DEL VIAJERO

EL PLACER DE LOS ADVERTIDOS
NÁUTICAS Y OTRAS ACOTACIONES DEL VIAJERO
Karel A. Leyva Ferrer



¡Oh barcos que pasáis en la alta noche por
la azul epidermis de los mares!
Rene López


IV

Se han roto los espejos
ahora todo es tierra
palpable
vulgar
Puse mi mano en alto
me queda algo de viento
todavía
Voy a grabar mi espada
contra el nombre y el sol de los adeptos
Este el lado incierto de las cosas
aquí no se reflejan nuestras llagas
solo la fe y el don
Perfectamente ciegos
ante la luz que impacta
hablamos del azar
y damos al vacío otro fragmento.
ÁGAPE INCONEXO
Dobla el periódico
lo vuelve un catalejo
toda la luz de golpe
se disfraza
Ha comenzado el ciclo de la rosa
gema
cristal
recuerdos
blanco y negro
Parado frente al ojo está el deseo
el modo de invocar
la mano abierta
ya danza el voyerista
su osamenta repite una fricción sobre lo terso
ágape inconexo del que acecha
Dobla el papel
acorta la distancia
Llega la luz
el cuerpo se le escapa



VI
No deslunes con rabia en mi corteza
si soy el vigilante
si he puesto mis cien manos suavemente
en la aspereza
de otro sueño moldeado a contraluz
bajo el candor
del pájaro agorero a tenor
de la cruz
y los zapatos viejos del otoño
Te he besado
y no estaba en lo negro de tus ojos
el albatros bisoño
de los puertos ni la copa del hado
ni el hoplita que salva mis despojos
VIII
Todos los piratas
deben morir a manos del otoño
no es bueno andar buscando
las islas del escape
A veces son tan ciertas
que no hay vuelta al redil
y uno se pierde entonces la sorpresa
de nadie nos vio saldar las cuentas
Es todo por honor
Los piratas son buenos para el beso
para el susto virginal de las armadas
No hay tristeza mayor
que un buen pirata
envejecido y torpe
al que nadie le teme
ni lo aclaman en sus retos las muchachas
IX
Dos niñas en la arena
una siembra su bata diminuta
otra el gesto de adiós
y la palabra en duelo con el agua
Tomadas de la mano
exhiben
el castillo desecho
juran un nunca más
deshilan su noviazgo
con el delfín turquí
Las líneas del azar
dicen que el puerto
las ve volver a veces a hurtadillas
dos niñas sobre el borde de un recuerdo
HERENCIAS
En todos los caminos está Roma
la sobriedad la lepra la cicuta
la falacia mayor la frase enjuta
donde el sueño numérico se asoma
En todos los caminos está Roma
la culpa repetida de la fruta
el juego donde tímida debuta
la piel del gladiador que se desploma
Hay algo de juglar en cada piedra
de vórtice de áncora de estroma
de sórdido pasaje donde medra
el ojo inescrutable de la broma
que oculta para siempre tras la hiedra
su escuálido destino su genoma




XI
En el muelle
con las manos atadas por el grito
un suicida
Desde el puente de mando
con los ojos salvados por la sombra
el vigía contesta su llamado
es un dialogo afín entre proscritos
la barcaza está ahí
nunca ha partido
más allá de los sueños del suicida.
XII
El mar es la distancia entre dos puertos
inquieta zubia orlada de veleros
que surcan nuevamente los senderos
en busca de su presa cual podencos
Atados a famélicos maderos
los náufragos oscilan hacen ciertos
los rostros marginados del ajenjo
la pálida caricia del estero
Parados frente al mar vemos al dedo
tornarse un ilusorio parlamento
al barco en la ciudad a los silencios
en el común hojearse ante el espejo
Somos los argonautas solo eso
pendientes de la gloria y el regreso
XIII
Una ciudad espera por mis huesos
por la raíz de pájaro indomable
que tiende el mar
Trasquilo
los reyes domésticos sobre el arrecife
en lacónicas notas de salvación
Si hay algo que debo perdonar
será a su tiempo todo importa
hasta el color del vientre del cetáceo
que ahora llamamos isla

SOBRE LA NATURALEZA DE LOS MORTALES

POESÍA
SOBRE LA NATURALEZA DE LOS MORTALES
Andrés Mir

los personajes: el cuervo
Es la luz boca arriba: su equidistancia múltiple posada en mi corneja.
Supe que así era, queja de cuerda en olas sucesivas: nadie se detiene;
nunca queda en el sitio mismo (el inmediato) la inmediatez burlada.
De partir un latido queda su eco, génesis albical del rocío,
al sucederse diurno le sigue como llanto la vida, como llanto.
Así estoy desnudo en la cuerda, como un guante,
como estarlo puede sólo una coraza, o el musgo
lamiendo el guijarro que yace en mi palma boca arriba,
y lo que parte tiene su gesto de boomerang, su isla
en la codicia noble del retorno; y lo que parte
ha dejado el mar a sus espaldas,
y cuanto queda también
el mar a sus espaldas, como risa la muerte. Lo supe:
terca la solidez, plurales longitudes dispuestas al belcanto del graznido.
andros, (coma)
no me pidas de la risa un fragmento descalzo: aquí estaré, alerta como un pez
para fijarme en tu partida, quebradura del instante sutil que permaneces.
son tus hábitos el insulto donde al reír
pensé del tráfago auxiliarme, pero nada: era todo o la seducción,
preferí entonces
salirme del anhelo para quedar frente al pórtico.
los viajeros estaban cansados, ellos suelen cansarse.
sólo yo podía ofrecerles agua
para sus pies hieráticos, taciturnos. quien pasa se asume responsable
del que se detiene;
quien pasa no se mueve, deja que los demás huyan del jadeo.
ellos no me agradecen,
piensan que este frescor les bajó en algún momento de la frente,
ellos ignoran que verlos pasar
es mi tránsito, mi rabiosa experiencia. como luna es mi boca.
ellos como tú no me agradecen: sólo saben pedir. llego a ellos
y apenas miran mis manos,
piensan que el descanso es mi mayor recompensa: una muerte dócil al lamer esta silueta
en la arena. pero quedan, ven junto a ti cómo me robo los paisajes, los deslizo
bajo esos pies que nada buscan: yo con la claridad, la fuente y este modo de mover el mundo.
escala del sentir.
deja las máscaras atrás, a que nos miren con las ilesas ranuras de sus ojos,
hágase del rictus proverbial catarsis húmeda, discursos quietos
en lo profundo del abrazo que potencialmente ya está dado,
no te condenes a lamentar caricias no inaguradas,
besos nunca ofrecidos por pensados.
glorioso el temblor
que surca el brazo y la espalda. ellas siguen observando como antaño,
gozando su hálito de eurípides, los altísimos tacones y las voces graves
fingidamente femeninas --medea macho bajo la túnica-- ellas
colgadas en la noche, mientras del polvo
se alzan vapores lúdicos. de los cuerpos
alimenta su voracidad el franco espíritu --carne junto a carne--
mano que pierde también su máscara, pierna que muda
su condición de reptil --debajo queda otro zarandeo
de la realidad, el rostro verdadero,
sombra perdida en placeres de suma paz y cercanía.
troca en trayectos el almidón que hastíos recolecta
marcha de luz y hogares-- dime cuándo
pondrás tierra bajo mis pies; se desbordan de risa con todo su vacío,
ellas que tanto esperan ser descolgadas,
ellas que desde atrás dominan el panorama vasto de la huída
o tal vez retorno- hialina condición; ausente el pulso
tras el quieto rostro de eterna carcajada; no han visto
desbordarse de peces /bahías o penínsulas/ el salino intersticio de la tierra.
la luna juega a echarnos las aguas arriba y también colgada
con su cáscara de fémina interroga
por la mano que algún día desprendió
los pómulos.
antropologético
de mi propio cadáver me alimento y por las partes blandas
rompo la carne tumefacta, dócil, desgarrando
intemporáneos gerundios de mi arcaica hechura.
no es autofagia, qué va, por las pacientes cuencas
ahora penetro a las oscuras vísceras y camino --es decir--
vías contrarias (de afuera hacia adentro, como si fueran aguas
adueñarse del navío naufragante) en tránsito irredento
hacia mi otro nacimiento de esta muerte.
saltan la mano y su vendimia hacia el futuro vino,
cambia el sol la máscara de fechas, caen las hojas
de calendarios y frutales, hablo de éxodos y en la distancia
el peso
hunde la carcasa crujiente del tórax imposible
de un imposible ser humano en imposible país e imposible tiempo.
el abuso
tiene oportunidad en el brocal de lo oportuno. lo común
es recluirse en la muerte de su altura. da capo.
en fin, o en comienzo --qué más da-- la moraleja
fue disfrazada por Hegel de dialéctica, el buitre --no buho ya-- de Minerva
sale a volar en el crepúsculo de esta historia.

huída...

EL PLACER DE LOS ADVERTIDOS
Mariano Schuster*


HUIDA
Él se retiraba del bar
casi a las siete
tras el ultimo trago
creyendo llevar
con él
el mundo
y el no sabía que ella
lo observaba tras la barra
con los ojos cansados
imaginando palabras
delirantes con que arroparse
sintiendo que él
no volvería a entrar,
despiadadamente
pluma y papel en mano
por otro whisky
y que también su mundo
se retiraba
por la puerta
cada mañana
a las siete,
o casi.
MISTERIO
misterio es un hombre
buscando hormigueros,
misterio
es tu nombre
en el mundo,
es la mirada
que cuelga en tus parpados
desde la ilusión
donde medita la sonrisa,
es la plaza desierta
donde volverse noche,
es la imagen
de un pequeño
pájaro en celo
misterio es el tiempo escondido,
un suspiro
que va llegando a mis manos
misterio es evidencia
fatalmente vacilada.
BERTOLT BRECHT
in memoriam
Perdón
dice
desde la ventana
Perdón,
por esas
edades oscuras
pero no pudimos
nosotros, que quisimos
ser amables
Pudimos,
en cambio
ser valientes
pero eran
le he dicho
edades oscuras
tan oscuras
que tampoco
nos lo permitieron.



LA BELLEZA
Una noche, senté a la belleza en mis rodillas.
Y la encontré amarga. Y la injurié.
A. Rimbaud
Yo te andaba buscando
por los caminos evidentes
de este mundo
a través del orden, las sonrisas
entre la lluvia
que sonaba
como las danzas de Bartok
junto a las flores, el oro,
los collares
Yo te andaba buscando
Te andaba buscando
también para injuriarte
como a las páginas blancas
de un libro nuevo
que nadie leyó
como a un amante perfecto
sin arrugas
Para eso
yo te andaba buscando
Te andaba buscando
sin encontrarte
a contramano
del tiempo
desde mi mirada caída
con la humillante certeza
de todo lo que no fui
Para encontrarte amarga
yo te andaba buscando
en los sitios ordinarios
sin saber
que te encontrabas
perdida pero bella
en el desorden
de los bares y el humo
entre los últimos ruidos de la noche
junto a los borrachos
hincados de rodillas
escupiendo dolores
dejando caer
un imperio de cenizas
sobre tus pies
Yo te andaba buscando
para verte finalmente
acurrucada
tras la barra
esbozando una lágrima tibia
prendida de recuerdos
de esos tiempos bellos
que vos también
cansada
andabas buscando



ESCENOGRAFÍA DE UNA SEÑORITA
Tomarla de la mano
cuando la luz se apaga
Fingir llorar
en la escena mas triste
Olvidar a los de atrás
y de adelante
Mirarla cada tanto
de reojo
pero fijo
Esperar el final
para besarla
e invitarle un café
o una cerveza
Llevarla a la cama
y despedirse
no sin antes
saborear nuevamente
el gusto amargo
de la primera escena
en que le entregamos
los malditos dólares
que exige
para la sesión de teatro.
VOLAR, VOLAR
Pájaro volando,
vidas exiliadas dentro de una frazada
una ciudad descansando sobre cenizas
misterios que caen
desde nuestros pesados gestos
cuando gritamos
cuando respiramos
cuando deseamos algo más
que una suave mirada
imaginada en blanco,
y el pájaro sigue continúa su vuelo
en nuestras eternas cabezas
mientras alguien espera
algún sonido
que le devuelva la magia
que hipotecó en silencio
fantaseando
con todos los mártires
acorralados de penas
cuando brindaba
por la mejor ubicación del infierno
y el pájaro levanta las alas grises
pintando el espacio
ante nuestras miradas perdidas
y ella recuerda los ojos
de aquel borracho
alumbrado por estrellas
sentado a los pies
de la última estrella
quitándose la piel con la mano izquierda
y tapando el llanto
con la mano derecha
y el pájaro sigue su curso
e imaginamos la cara de Dios
cuando nos observa en los sueños
mientras rezamos
desde todas nuestras angustias
a una libertad enloquecida
que se llena de fiebre
para dejarnos festivos
en un camino inquieto
y el pájaro vuela
dentro de nuestros oídos
y comenzamos a creer
en algo más
que en tristes días sin fin
saboreando nuestros cuerpos
y nos confundimos
con hombres y mujeres
que conquistaron la formula
para no morir de pena
y el pájaro sigue volando
y maldecimos
todas las grandes mentiras
que creímos ciertas
entre extrañas luces
e imaginamos a cientos de piratas
junto a las más bellas mujeres
entregándose al vino
pero el pájaro sigue volando
sobre nuestros agrios rostros
cansados de esperar
a la mujer
que nos despierte el impulso
de acorralar a los marinos
que hicieron del amor
moneda de cambio
pensando que alguien
en el horizonte
pretende comprender
esta desgracia demente
borracha de ciudad
que intenta ser tan sólo
el preludio de una muerte fresca
imaginada sin las arrugas
que carcomieron
a todos los cansados amantes
que olvidaron
las más hermosas palabras
para entregarse
a esta lluvia que quema los ojos
mientras aún quedaba
la pequeña pluma de un pájaro
volando sobre sus cabezas.



HUESOS Y HUELLAS
Los sueños las historias las palabras los misterios
y el alimento de los poetas
Una sonrisa cae
despacio sobre el vacío
Las pieles los tiempos las fiestas las miradas
y los ojos secos
Los renglones las letras las ojeras
y la cabeza girando por la tierra
La muerte está en estado de coma


*Mariano Schuster (Buenos Aires, 1985). Perteneció al Taller Literario
"Desasosiego". Ha realizado talleres y seminarios de poesía y escritura creativa de forma independiente. Ha publicado en revistas nacionales y extranjeras tales como Resonancias, Lakuma Pusaki y Remolinos. Actualmente dirige la revista literaria "Pájaros en la cabeza".

violetas...

mi bello amigo rodolfo hace poquito me hizo este regalo diciéndome lo siguiente:

Le saludo y mando especialmente a usted este ramito de 12 violetas, el perfume de ellas se lo debo....

Besos y cariños


MAAAMMMBOOO...

EL PLACER DE LOS ADVERTIDOS
MAAAMMMBOOO...
Leonardo Guevara


Hay un hombre viejo que baila en la calle del Obispo con arrugas en su frente. Arrugas en las que un buey podría arar la tierra, en las que otro hombre podría dejar sus huellas, en las que un pueblo podría desfilar también para reclamarle al gobierno. Yo me ahogo en el sudor de su frente, en ese sudor que se convierte en océano para borrar las huellas del buey, del hombre y hasta de un pueblo, pero nos pide que bajemos a las profundidades para atraparnos para siempre.
Yo sufro. Le hablo a ese sujeto. Le miro desde una posición que transgrede la imagen.
Ese hombre viejo tiene una malformación. Baila y la muestra a todos los transeúntes mas no quiero preguntarle al espejo ni ver sus ojos en los míos. Su actuación me traspola a la fiel imagen de algo por venir. Yo le veo cansancio en los ojos. Aun así sigue bailando en la calle del Obispo. No se si para turistas o por amor al arte.
Hombre viejo que baila en mi interrogante ¿tú nos muestras el defecto por la necesidad de pedir?
EL PARQUEBOTE
Para mi hermano Ariel, para Juan Carlos
El agua sobre el cuello del deseo. La desesperación oliendo a sal, entrando en el parquebote donde nadie puede merodear mas de treinta minutos diarios y lo permitido es mirar al horizonte y devolverte a tus bloques: a los proyectos del agua con sal entrando en la nariz.
Tú no sabes bajo qué bandera navegan estos botes --no hay nada que los identifique--, aun así no puedes entrar al parquebote donde nuestro patriotismo regresa de la guerra y es confiscado para evitar el tráfico.
Pero no tienes un bote, no has visto tierras trasatlánticas, menos correr sobre el océano Pacífico al hombre dios desnudo. Solo tienes ojos y un placer mental: No más de treinta minutos diarios para mirar el horizonte.
S/T
No te detienes en circunstancias de límite. No ves reflexión en el gesto que engendra, solo recuerdas la ponzoña en lo mas sucio de su seno. Un comentario --dijiste-- tirado en la esquina como un perro cualquiera
Yo reconozco lo flácido de la idea. Hago un charco. Los peces saltan, buscan y prefieren ser ensartados por la falta de luz. Nosotros nos vamos del péndulo. Equilibramos la vibración para no caer más bajo de lo que estamos. Nos hundimos con piedras en los bolsillos imitando al mito. Tú miras con desprecio la ontología.
Recordar la ponzoña --dijiste-- y me deshechas como a un seno cortado sin el roce de otro pecho. Te da repulsión ver. Vomitas mientras regreso en el limite dado a la reflexión.
LA MAQUINARIA 2
Me levanto a las 3 de mañana. Voy a la fábrica, hago la línea entre discusiones por el trabajo y caras resentidas. Pongo las cajas sobre las manos. El olor a shampoo me hace resbalar y desconfiar de cualquier sentido. Cargo las cajas como si fueran mi prole, nada puede caer.
Me levanto a las 3 de la mañana. Debo cruzar el parque. Me han dicho "Cualquier disparo busca a un cuerpo, es mejor no pasar". Yo no veo el peligro que existe y me toca, ya las cajas de shampoo me besan como lo haría la muerte, también le dan de comer a mi madre y a su útero extirpado, a la tuberculosis del que duerme bajo la nieve. Soy la elite del servicio.
Me levanto a las 3 de la mañana. Paso la frontera y no me detengo. La máquina está muy cercana a mi. (Yo) Hago sus movimientos en cada paso que doy. Me hace odiar al parque y a los gansos que corren buscando sus migajas, más me inserto en ese papel que me dan como pago, deuda o sacrificio.
Me levanto a las 3 de la mañana. Soy una máquina más.
EL ABRIGO DE BRODSKY
Fuimos a bailar donde el lujo. Ella compró un abrigo muy elegante de precios bajos en el catálogo, de esos que no tapan ni los pensamientos. Mi esposa y yo tenemos nuestros abrigos caros, pero los usamos tanto que no lo parecen. Los pongo en una percha y en buen lugar. Ella nos sigue y cuelga el suyo, no sabe si dejarlo o no, le pregunta al otro amigo, creo, no entiendo lo que hablan. Al final deja el abrigo. Tomamos unos tragos, me pregunta si dejó su abrigo en un lugar seguro. Digo: Sí (no imagino a nadie robándolo. Aunque hace tanto frío que si yo no tuviese uno me robaría cualquiera. Por supuesto no le dije).
Compramos cerveza. Ella no se siente atendida y llama al bartender: Hellowwwwww. Ya mi esposa había pedido, creo, sintió vergüenza. Ella estaba muy preocupada por su abrigo, casi no podía hablar sin mencionarlo. Pregunta --otra vez-- si estaba seguro. Le digo, si tus muertos te dicen que no lo está ve a buscarlo. Ella se levanta del asiento y grita ¡cojones! Sale desprendida a buscarlo.
Regresa con su abrigo y se sienta. Ya estaba feliz. Mi esposa seguía hablando con el cineasta, amigo de intelectuales hundidos dentro de la isla y de los ahogados afuera. Yo tomaba mi cerveza, me di cuenta que estaba sentado sobre una bufanda negra, al parecer cara. Le pregunto si la quiere porque mi mujer no usa ese estilo. La acepta.
Me imagino leyendo a Brodsky, creo que el poema dice: veo desde mi ventana a una mujer con un abrigo sucio. Pienso, si lo lavara no se vería tan mal. Ella cruza la calle y entra a la librería. Mira uno de los libros de un poeta llamado Joseph, creo, lee un poema sobre una mujer y su abrigo. Pregunta por el precio del libro, dice: con ese dinero podría lavar mi abrigo.
No sé realmente si es Brodsky el poeta.
Bajo al sótano y lavo la ropa, prendo las máquinas. No soy experto pero al menos tengo idea. Yo bajo porque es un lugar macabro para que lo haga mi mujer (sabemos que hay un violador en las noches, y un vecino que chatea todo el tiempo, y de sujetos así se debe desconfiar).
Las ropas salen sucias pero me dan la idea de estar limpias. Sé que no debo lavar mi abrigo en este tipo de máquina común, pero solo pago 1.75. Echo mi abrigo dentro. No me imagino a Martí lavando su abrigo, quizás alguna voluntaria del partido lo haría por él, pero yo no soy ninguno de los buenos José que ha dado la historia. Yo debo lavarlo y secarlo, luego salir a la calle al menos con un buen olor. Me pregunto si Martí iba a sus reuniones de tabacaleros con un abrigo sucio y mal oliente. Debo releer a Martí.
Vuelo en una vida buena, uno puede subir sin un abrigo que lo hale a la tierra, al final el abrigo es un peso, digo, cuando los pies están en la tierra la cabeza debe de estar en el cielo, si no, ves los defectos propios y ajenos. La paranoia-lógica que espera atacarme lo hace disfrazada. Doy un golpe, a veces dos, ella da su marihuana porque espera algo. Yo desconfío pero acepto. Entonces quiero bajar a buscar mi abrigo. Imagino al vecino masturbándose frente a la computadora y limpiando su leche con mi abrigo, eso molesta a mi moral --el precio que he pagado para tener un abrigo así--. Veo otras hipótesis: un violador roba mi abrigo y la CIA busca a un sujeto idéntico al mío.
Algo me dice que debo recogerlo seco o mojado aunque se que nadie me robaría. Según la lógica aquí no.
Me levanto de la cama voy escaleras abajo.
Si alguien ha de morir debe hacer todo lo que quiere
Ya no pienso en suicidarme aunque esta forma que tengo de escribir le dice al psiquiatra que sí. Hacerlo en realidad lo pienso, pero mato esa idea. El budismo Zen --no lo practico-- mas me aconseja no hacerlo. Ella se va a ahogar sobre el café que toma, eso le da más placer que el mismo sexo. Si alguien le diera a escoger, ninguno de nosotros vamos a ser los elegidos, a pesar de nuestra convincente demagogia, ella escogerá el café.
Yo escojo la escritura, muerta por la palabra hago que explote. Tengo una enfermedad llamada flujo cerebral que me desborda la copa. De ella tomo, lo hago como esa chica que sabe que va a morir. Esa imitación me da un aire gay, de ahí mi suerte.
Ya todo se está secando y sería bueno grabar la imagen, mas tras el espejo todo se tergiversa. La reflexión de la luz hace perder la realidad del cuerpo que se quiere grabar. Ya la escritura no da mucho, es mejor grabar cosas sencillas: un lagarto arrastrándose en la ventana, una mosca siendo comida por un lagarto, una hormiga siendo comida por el lagarto. Un lagarto mirándome y deseando comerme. Una hoja cae.
Ella se va a morir, por eso todo el café y cigarro. Uno debe darse sus gustos antes de irse de esta vida. Mi psiquiatra piensa que voy a suicidarme. Le llamo y no responde. Él lustra sus zapatos para el día del entierro, ya el traje ha sido almidonado. Pero en mí todo es ficción-escritura, flujo de palabras. Sólo en los momentos más reales trato de fijar la imagen pero el color se me dispersa, solo se salva para la contemplación del ojos.
Yo no me voy a morir, quizás ya lo estoy. Ella toma demasiado café. Cigarros todo el día.
EUTANASIA
El perro ha envejecido, da muestras de cansancio y obesidad. Ya no ladra. Sólo enseña dolor en cada aullido por el cáncer que le come. Yo debo aullar en la misma ahora que lo hace el perro, debo de disfrazar mi dolor en el suyo, hacerme su cómplice y no mostrar mi dolor.
El dueño decide matarlo. Su esposa ha llorado todo el día, se ha puesto su vestido más sexy, sus teticas apretadas. Él cava una tumba, ella toca al perro ya sin vida sentada sobre la hierba, sus ojos rojos por las lagrimas secas nos dicen que ha amado más a ese perro que a su esposo. Ella se inclina para besarle el hocico. Nunca he visto a una mujer más bella.
Yo en la noche cruzaré la cerca, le pondré flores en la tumba.
***
La servidora me sienta a la mesa. Remueve la propina. En su mano derecha tiene tatuada alguna cosa. Le pregunto qué significa, ella dice mariposa. Realmente no parece una mariposa, siquiera como símbolo, pero he de creerle. La mesera me pregunta si estoy listo, si sé lo que quiero. Yo he estado toda mi vida tratando de saberlo. (He tenido la ilusión en un cristal, que me delimita el espacio convirtiéndome cual mosquito que ha entrado a chupar sangre y después de saciado regresa a una planta a morir). Digo, no sé lo que quiero. Ella me da tiempo.
Otra servidora mira nuestra mesa y pregunta por su propina. Finjo no saber. Mi mesera pide con sus ojos no ser delatada. Le pierdo todo el respeto que podría sentir por el símbolo en su mano. La otra mesera piensa que soy un ladrón.
La cuestión aquí es la existencia de Dios para ver cuánta maldad existe. Mas, si no hay un dios que nos mire, deberíamos hacer cualquier cosa.
***
Leonardo se fue a Inglaterra. Llamará semanalmente a su madre para hablarle de la fina lluvia, del abrigo, de los vecinos que no le saludan. Es que esa gelidez del clima y del alma hacen a cualquiera deprimirse. Leonard, luchador contra monedas y canallas, sobrevivirá. El es más avispado que nosotros.
Sentados alrededor del teléfono una vez por semana para tener noticias. La palabra Inglaterra sonaba tan grande en la boca. La palabra frío tan chiquita y masticable que la esperábamos siempre. Leone el héroe, le describía a su madre el penthouse en que vive y esta nos lo hacía a nosotros, que esperábamos contando los días, las horas, los muertos del barrio, los suicidas. Solo Leo nos sacaba del tedio una vez por semana.
Hoy llamará a la hora de siempre. Aquí un sol tremendo. Allá la lluvia sacándole su enfermedad por casa. Aquí su madre le grita "cojones, resiste que eres un hombre".
Mas esa mujer que no es mi madre, no sé por qué me ha doctrinado para bien y para mal.

en la moviola

EL PLACER DE LOS ADVERTIDOS
EN LA MOVIOLA
Gaudencio Rodríguez Santana
EN LA MOVIOLA
.un cementerio de trompos d
e madera,
donde nadie los ve pero se sienten.
Frank Alberto (niño de once años)
Todas las imágenes de la ciudad están rotas,
como zurcidas por algo que las hace, sin embargo, en la moviola
persisten esos trazos vacíos. Rostros de la moviola
adulterados, iguales infinitamente, y por lo mismo
la ciudad es como un escombro otro, o el espacio
donde sepultan por siempre los juguetes de madera, una artesanía
que ya nadie puede hallar, pero que acaso
sentimos sus giros en derredor de las ruinas.
En la moviola la ciudad es eso: un cementerio de juguetes vacíos,
rostros del último avioncito de papel que dejó de importarnos.
(A otros tampoco la ciudad les importa. No es necesaria
La casa donde muere el santo o el hereje.)
Sólo basta mover la manigueta hacia un lado o hacia el otro
para que vislumbremos que a veces
es la moviola tan real y enorme, tan igual a nosotros
cuando miramos el pecho de las casas roto en la humedad de las puertas.
Por eso tal vez ya nadie siente cómo los niños de otra edad
juegan. Son furias, eternidades del juego que se pudren
en este interminable ritornello. ¿O las calles ahora se deshacen
en el gesto de mover los dibujos, o hacerlos increíblemente palpables?
Frente a este juguete --trompo de falsa realidad--,
me paro a contemplar los espacios que nunca imaginé de una ciudad.
En estas antiguas moradas de esplendor ahora sólo hay
ratas y tejas, polvos que iremos asimilando a nuestros pies, en las manos
encallecidas e iguales al polvo que ellas guardan.
Veremos una vez más a la moviola discernir entre realidad y espasmo,
en el rostro obnubilado que perplejo descubre
las mismas huellas una y otra vez, y no comprende nunca
que igual al juego de los niños son los días (giros y más giros
donde nadie ve lo roto de sus gestos, y donde jamás
descubren los juguetes muertos, pero sienten
la tinta, la sensación de palpar en la yema de los dedos
huellas de barro y alquitrán, restos de orines y excrementos,
manchas de orín en las fachadas
que están definitivamente en la moviola).
POEMAS QUE HABLAN DE CIUDADES
He leído poemas que hablan de ciudades antiguas, rotas,
desperdigadas en mapas imaginarios,
de calles estrechas y ruinas en la bruma.
He hallado el secreto de sus ladrillos
en esa perpetuidad que aún los mármoles tienen.
He visto el musgo en los muros que también las piedras guardan.
He dicho mía a las ciudades y las he habitado por siempre.
Todas han sido ciudades vacías. No hay siquiera
un simple mendigo que la habite
o ratas que roen tanto vicio. No hay
lentos carruajes o el humo del vapor que asciende.
Son simples versos que quienes andamos por la ciudad
no aprendemos a leer. Y en esa no historia
aún no comprendo al niño que regresa a casa
y llora por sus rodillas y sus manos.
¿Qué mujer aguarda estos poemas al igual que yo?
¡Ah!, mis poemas imposibles, o las ruinas del poeta que fui,
están entre la historia que leo de las ciudades,
en esa historia en minúscula, acaso minusválida, o tal vez
la real historia de versos que fundaron
nuevos muros en las ciudades antiguas.
He leído versos de una salvaje enormidad, de una cósmica quietud,
sonoros ritmos que las arenas del desierto hacen legendarios mitos a destruir.
No he creído siquiera en mi humildad o mi gloria, simplemente fui.
Dentro del marasmo de piedras que tantos poemas significan
largas nubes de polvo se posan en mi garganta
y el poema que acaso ahora leía
vuelve a ser un parco silencio.
Sin embargo, me han cerrado para siempre las puertas de las murallas
y desde el tiempo contemplo
cómo azufre y fuego destruyen la ciudad de los antiguos, o acaso
la no ciudad que está en el desierto, rígida en su muerte,
mientras la sal va colmando los huesos de la mujer que observa.
EL SIGNO DE LA PRÓXIMA ESTACIÓN
El signo de la próxima estación no nos anuncia
ese sitio preciso, el lugar donde a veces
se sientan los ancianos a ver correr los hombres,
esas muchachas tímidas que vuelven.
Es acaso una masa que nos borra la lluvia
y un hálito de invierno en vísperas de otoño.
Cada estación cruje en el paso de un lugar a otro,
simples sitios por donde alguna vez se marcharon
soldados que iban a las guerras, paisajes
que el humo vuelve un rostro, emboscadas,
silencios hechos con ese temor extraño
que producen los viajes a ningún sitio.
Y hasta el alba, y el grito que anuncia a los viajeros
que el tren ha de partir en medio de la niebla.
Pero en alguna estación hay un destino marcado por la nieve,
una mujer que aguarda, una mano de niño que saluda
al extraño que viene de otro mundo. Hay una muchacha
que corre por el borde de los andenes ansiosa
mientras el tren se marcha y ha dejado olvidadas
las cartas que le abrieran las puertas del regreso.
Es como para que las estaciones
fueran el sitio que anuncian al borde del camino,
no la sorpresa que nos grita al oído
o el polvo de las viejas estaciones de paso.
EN LA SOMBRA DE UN TÚNEL, DOS HERMANAS
para Carmen Sofía
Dos hermanas andan por un túnel
y escuchan la suave melodía de un mendigo.
Es una flauta. Es una música de ángeles
la que escuchan calladas las mujeres,
y ellas sienten que acaso unas monedas
sirvan de pan para el músico triste.
Nadie comprende cómo acaso una tarde
las hermanas traían entre sus manos
el poco de amor, o la leve transparencia del aire
que sucio y deseoso se agolpa
en el tibio regazo de la mendicidad.
Tarde fogosa de Madrid, mientras la lejanía
vierte su rostro en el rostro de un mendigo.
Llueve quizás en otras ciudades del mundo.
Un niño llora ajeno en el paisaje
y las praderas se hunden cada día en la intranquilidad
de animales que mueren por el fuego.
Sólo una flauta descansa junto al joven.
(Él ha podido regresar a casa, dar de comer
al magro animal que le acompaña).
Dos hermanas regresan
con un poco de sal, con una sonrisa
que apenas signifique un poco de alborozo.
En sus sonidos hay una flauta triste,
y el tintinear alegre hecho por las monedas
que ofrendaron calladas en un túnel vacío.
MERCADOS INAUDITOS
Se vende un pedazo de sombra,
un trozo de mar en el país.
Se vende un poco de sol donde respiran
otras arenas que creíamos salvadas.
Vale pocas monedas este escarnio.
A otro corresponde
guardar en sus bolsillos
el oro del estado. Sombras pagadas,
hasta la lejanía cuenta; y siempre
el sutil prestamista, o aquel
que compra su rincón de país, un espacio
bajo la soledad de su canícula.
LAS FOTOS DE LA HERMANA
--Mariel, 1980--
Hoy vienen por fin las fotos de la hermana, la que dejó
su noble corazón debajo de la puerta, aquella hermana triste
tan lejana y desnuda
como el propio mar que la devuelve.
Le habíamos sembrado un rostro indeseable.
Le habíamos colocado sábanas al retrato
y en nuestro corazón las lluvias del invierno
resultaron más grises.
Sin embargo, hoy vienen por fin las fotos de la hermana,
su rostro en Central Park,
o las luces nocturnas de una ciudad distante:
nuevos retratos que también
se quedaron vacíos de memorias.
Ahora la esperamos, tan niños como siempre,
ávidos de sonreír, de romper como un relámpago
los años que dejamos pasar
graves ante la soledad de aquella hermana,
separada de todos por un poco de mar.
Ahora la esperamos, temerosos de llorar
por un poco de patria convertida
en discursos iguales y sin rostro.
"EL GRITO" DE EDVARD MÜNCH
Quien grita es acaso el último cadáver.
Quien dice del horror o de las luces lejanas o vacías
es el último cadáver, la amenidad a la que fuimos consagrados,
la lluvia y el espasmo del ácido en los cuerpos.
Es cuestión de escuchar aquí, de este lado,
la agonía del otro. Es ver la piedra, el hacha,
el engendro de hombre en la pared del cuadro.
Es romper el cuadro con aire y solo quedan
filos y humos. (También posibles palabras en el grito,
o su amenidad de siempre en nuestras obras).
Estoy mirando el cuadro como una solución que no puede ser
--yo que aguardo como los otros a que florezcan los resquicios del paisaje,
las lápidas que envuelven al barro del paisaje--.
Miro las manchas que Edvard Münch apenas colocó.
Ya nada dicen y sin embargo están en la pared.
(También hay una guerra que diluir en el grito,
y no el horror del cuadro que se observa).

mi duende sacó una sonrisa más...

pa la gente que visita el blog.. si es que existe gente que visite el blog :) conocen que tengo un duende que me hace feliz la vida.. y que reta cuando debe, y me ama cuando debe y me apoya y desapoya cuando debe... y siente que mi vida vale para algo siempre...

el otro día que logró por fin! entrar y oírme en la radio pirata y cuando estábamos pasando por un asunto un poco complejo y tenso, él escribió lo siguiente:

"Esta noche después de varios días de pelearme con esta caprichosa máquina he podido escuchar a un ángel de linda voz que yo sé es muy querida en esta Tropa."

Porque siempre digo lo mío a tiempo y sonriente
y porque como dice Sabina si tengo que escoger
escojo la Radio del Pirata Cojo.

Un beso a toda la tripulación

Y para tí,bruja y hada de una amistad eterna
para ti yo robaría un trozo de felicidad de la
propiedad blindada de aquellos que la desperdician
para construir un puente sobre el océano y el tiempo
y poderte abrazar al menos una sola vez."

Te quiere
El duende de La Posada

chillidos


EL PLACER DE LOS ADVERTIDOS
CHILLIDOS
Lizabel Mónica


Chillidos:
[Pieza musical compuesta a base de palabras de la autora y los chillidos de cerdos en el momento de ser degollados. Y también de los chillidos-palabras de la autora.
La obra parte de la circunstancia de que la escritora viviera frente al matadero porcino. O de que los cerdos murieran frente a su edificio-vivienda.]

III
Pasaje del cerdo
Asomada.



Mi cabeza atisba por la ventana. Veo ciudadanos que deambulan la ciudad.
(Un anciano. Flaco, alto, planchados y desteñidos pantalones militares. Camina leyendo un periódico; bajo sombras rupestres de árboles plantados al borde de la acera.
En su brazo una bolsa característica para comprar víveres; andar lento y tambaleante.) Los ciudadanos. Van por las calles en bicicletas. Van por las calles en algunos pocos autos. Van por las calles a pie. Mi cabeza, asomada.
La bicicleta sale. De enfrente. De enfrente a mi ventana-cabeza. Hace un giro. Dobla, se incorpora. Un hombre anónimo (delgado, bigotes), lleva un cerdo que no chilla.
Cuelga una masa alargada y estrecha de carne roja. Blanda.
Es la larga lengua, del cerdo muerto.
La bicicleta se detiene para dejar pasar a una mujer que trae a su hijo de la mano. Luego continúa. Atisbo hasta que puedo el colgajo largo que se aleja por la calle. (Es cierto, no hay bulla ahora; he visto pasar el silencio.)
Entro.
Me siento a escribirlo.
Ya al final escucho algo que recuerda al chirrido de un cerdo. El sonido se acerca, pasa: bicicleta cuyo engranaje chillía, falto de grasa.
También, chirridos incesantes y atormentadores de parque infantil.
(Columpios de hierro.
Por un rato el chillido de algún cerdo alterna con columpios que se mecen.)

I
Cuello
chillidos de cerdos.
ahora, al escribir la frase "chillidos…" no los escucho;
alguien diría:
"para escribir sobre los chillidos del cerdo debes hacerlo mientras se oyen, mientras taladran tus oídos".
hay muchas formas de oír.
hay pocas formas de oír esas frases "que taladran mis oídos". no suenan para mis oídos.
los chillidos son…
aún cuando no se escuchan, aún cuando se oyen en la sensación
de un atolondramiento de palabras en la cabeza -la imagen de una maciza cabeza de cerdo por cuyas orejas brotaba (aunque ya seco) el hilo de sangre hasta el cuello extirpado, del extirpado cuerpo. sobre el manubrio de una bicicleta conducida por otro hombre anónimo sobre bicicleta anónima otra cabeza anónima de cerdo-.
los chillidos no martillan hacia dentro.
sino que están van.
en algún punto de la cabeza.
van están en ese punto.

II
Mujer sobre cartulina
torso de mujer con tirantes
en los hombros
delgados y tirantes
el cuello fino
–quiero decir estrecho, filoso en la cartulina-
luego un medio rostro ladeado en la cúspide del cuello
un rostro filo
–quiero decir estrecho,
finado-
medio rostro con boca pequeña roja
reluciente.
no es verdaderamente un torso
sino medio torso.
bajo el cuello completo, el principio de tirantes
el principio de hombros huesudos
-medio torso-;
bajo el cuello intacto, finado, el pintor obvió los huesos
que sobresalen
en la raíz del cuello femenino.
medio rostro con boca
cuello
medio torso
es una invitación del pintor
a la obra expuesta
en alguna sala
-cartulina flexible que uso de marcador
para mi libro-que-dejo-cuando-el-chillido-de-cerdo-acontece;
pienso que es evidente
hay algún
matadero
frente a mi ventana.
S/T
des nuda, más que dios la cabeza
todo el peso está en las comisuras.
S/T
Titilaba. Rompía;
Y ella entraba radiante y lo jodía todo con un bostezo del carajo… colmados los brazos de cortinas.
[Desatentos, todos los detalles se desgajaban.]
Estábamos allí, sí; ella, ella, ella, el ello, ellas.
Había música melosa y humedad de salitre en los oídos. Y mis oídos gorjeaban por el empaste arrastre de mugre interna en el oído de otro,
tan cerca mío, como montaña de hollín y malteada que se enciman,
dando tumbos mi pobre noche escueta.
--Sal de ahí.
Dijo uno de nosotros incontrolando situación de sobre mesa. Uno por uno, todos habríamos de pasar por el mantel, por eso, por el ojo
Las carnes bamboleantes, Las carnes idas y el rostro cubre huesos, habría que observarlo todo, disecciones afuera, como si se tratara de uno mismo y nunca de lo propio.
Hubo un olor.
Hubo un olor.
Hubo un olor.
Éramos tres y la éramos tres hubo un olor a costra, a sangre en menstruo (Nadie dijo alguna vez que nunca habría de concebir hijo en útero, pero tampoco dejó ver que allí había menstruo, menstruo) no a sangre sino a piernas, piernas con bellos, piernas de mujer con bellos de mujer.
Pero lamíamos y lamíamos y probábamos poco. Un adormecimiento paladar ante el regusto concedido de lo que ha recibido poco nombre. Todos cuerpos, ni una sola desnudez, toda grasa en el dorso de la mano; ni que un solo ovario supurante anhelante, tod tod tod cazando mustio el cerebro: psiques degolladas: expulsión: pieles ausentes. Tanta ansia de tocarnos y no sabíamos para qué aunque vivíamos el cuándo y el imperativo de la sed y el imperativo arrancarnos --ayudarnos a arrancarnos-- ayudarnos, el espejo
(la inversión, la sodomía, la mano izquierda la mano la derecha, la sexo masculina sexo fémino, el teto seno libre pectoral informe, las glándulas cojonudas glándulas mamarias y la punta de semen a chorros de entre el labios y pliegues inviolables ojos vidrio

La hoja de otoño
Pálido, del otoño.
(Grave)
De ensueños.
Debajo la calidez que se deshizo en las aguas. Pálida luz.
Reflejada en la tersura de tus cortinas. Como oculta tu espejo días murientes. Pálido, que antecede al invierno.
Dejado en la afonía del vocerío de hojas secas el crujido.
Como si vida y muerte en un instante... Hojas verdes.
Como si hubiera agua en las venas de la hoja seca. Como si hubiera venas en la hoja: seca.
Muñequitos
Muñequitos: de cartón al fondo. Y la tapia de luz artificial sobre los pasos de todos.
De ambos grupos. Muñequitos de zigzag, desaliñados y en parálisis: inmovilidad de vientres y de rostros sin dibujar. Sin dibujar. Caras-rostros de nada. Cero. Nada dentro de cara. Círculo. Rostro. De círculo-cara sin trazos. Muñe.
(Él, sin embargo, camina y sus pasos, son removidos por el reflector, entre ambos grupos.
Por encima de.
Así, así.)
Detenidos muñequitos, en pared acartonada y limpia.
Y tosca y límite. Allá y fondo. Él camina y sus pasos. Hacia la pared es el género. Es. Él. Género. O.
Muñe.
Estampados en fondo. A perfiles de cuerpo. Que simulan rastrillar. Un
Espacio. In posible.
Él va. (Y la luz.) Artificial, remueve sus pasos de saco gris, gris severo, sobriedad y estirado. Por plancha usada sobre superficie gris.
Es el hombre y el género. Y es el gris. Y es el género, superficie-tela estirada por uso de plancha sobre gris. Es grande. (Muñe.) Y la camisa blanca bajo el saco y cuyo extremo ocultan pantalones apenas. Se ve.
Muñido, muñe, muñón; género: camisa.
Toallas
Las toallas blancas, las rocas ríspidas, las toallas rocas,
las toallas salientes, las toallas encallantes;
la tibieza límpida del patio (tras toallas rocas) y su claridad rigurosa
felpa blanquísima.
Miro desde dentro,
una de las toallas es mía.
hasta morirla
A Nailé
Marañana.
Una marañana,
Una marañana lisa y de domingo
El roñostro ticuestre de una
Carne
En la marañana tiesa y cubierta de descúbritos androgimos
Este último verso una crisálida Que fuga
Hasta la pared Aquel hueco nominable De yeso y restos, Deshechos Y
contenedores, Piernas, ojos
y yemas podómetras giros a medianitud-
Lo parpared palpable mórbido
Concomitantes signos en ondas descompuestas
Tiras de
Carne
Anexos
Sus pistilos contráctiles
Sus tierra adentro
Sus cabeza abajo en huella
De una flor
No arriba
Sino
En huella
Dentro de la raíz de sombra
Bajo adentro
Tierra adentro
Foso inmerso finitos toda
Boca
Todo monto poroso
Gorgóneo y colomo brote
Cristaliza
Lo mórbido palpable
--Asebia de la mañana lisa--
Erecto
Terco
Lacra de interinos centros
Germen a sorbos de internieblas
En esterilidad
Hasta exhalar la tierra
hasta ingerir la tierra
--Impacto del pasmos de mancuerda Baja
Esté la llaga estar Cualquier ego de sangre microazar
sapiensa
sepiensa
A cruces
La sed de sed sectarias--
Toda boca
Lo mórbido palpable, concoide
Las tensas sendas
Los reflujos
Lolaslos de la carne
Sinúflagas de estera (de la cocina sin mesachiquita de café o las
metonimias
por años de casados)
Toda boca
pestillos táctiles lenguiformes
Y fértidos
Su mosto alul vetado
A cada honda,
Hace que la vena alucine sangre en todo vaciado
Por somlocuas noches de alcanfor
croar vértigos intrahumanoides
morder estar en la llaga
Sudante pulso es pasmo de rojo
Rostros de mancuerda (más cuerda)
en la piedra bajo el agua
Más cuerda, más cuerda, más cuerda
Todavía más
Rostros arrastrando
El cosmogozo
El ver del ser poroso torso de finitos abrazos
Toda boca
El amor terco a todo
Lacra
Lo tanto
--Gorgóneo soliloquio de cabrilla
Sacrificio de centro
costraeje
Hasta exhalar Ululas de interbrillos fijos
Hasta exhalar la tierra--
Multillamas lenguas
Excreencias
Axilas
Bultos
Lodo
Sesca
Mies corriente
Descalsado
Huesos cogirantes
Desagües no menos que otros
Hasta
El destiempo
Hasta
El destente neutro
Hasta morirla

collage de parafilias

EL PLACER DE LOS ADVERTIDOS
COLLAGE DE PARAFILIAS
Roberto Viña

¿Qué libros, qué palabras y qué letras son más santas, más dignas y reverendas, que las de la Divina Escritura? Y sin embargo ha ocurrido que, leyéndolas, algunos no sólo se han perdido a si mismos, sino que han sido la perdición de otros...
G. Boccaccio.


OBITUARIO DE JACK
a Anne

...continúan los asesinatos brutales a prostitutas en el distrito de White Chapel… Daily Telegraph, Londres, Diciembre 1888

La víctima
no es aún la víctima;
es sólo una mujer ardiendo
en otros brazos...
Luis Rogelio Nogueras
¡Son tantos orgasmos de seda presos
en la cumbre de tus senos!
Orgasmos de duendes adúlteros
envueltos en sus mitológicos falos;
atractivos en los carnívoros pezones
y emanaciones caleidoscópicas de extraño origen;
de insulso encanto entre la miel
de tu sombra sangrienta de esperma.
Inequívoca voz de aquellos anónimos gemidos,
enramados por la sutileza de varios chelines
bajo el influjo de una seducción descarnada,
desinhibida en el estertor hechizante de las faldas.
Los labios raptaban en sus grietas naturales
el encanto de Adán hecho simiente
con el tropel undoso de las caderas.
Y en inédita ascensión de las notas mezquinas
a la garganta, hacían de los dedos incrustados
un enlace orgiástico en la lengua de la chica.
Humedece y engendra debilidades con los secretos,
mientras no exista un beso al cual asirse,
mientras masculle entre dientes con lasciva sorna
la inmortalidad de sus rizos ébanos y obsesiones meretrices.
¡Hay tantas monedas en la bolsa del vientre
que entrechocan su precio en otras sábanas fétidas,
de falso origen y pertenencia ajena, prohibida!
Descríbeme el silencio y recita
con el vino, al cenar de tus senos
el sensato deleite del calvario
¿Aún resta en sus piernas los aromas nauseabundos
remanentes del roce hecho suspiro,
subyugado en el placer y esclavo
del sudor en la penumbra;
y el titubeo de mis manos rígidas
al arder en su rostro?
La daga de mis colmillos desgarró
bajo la bóveda de la capilla blanca
en la sucia callejuela sus labios de escarcha,
esa piel nívea del torso.
Destrocé sus piernas opacas
y encontré en el placer del dolor flagelado
ese excipiente de un éxtasis inevitable
Busqué en los ojos la tristeza
de morir bajo la inflexión
de un orgasmo perpetuo
No pude encontrarlo,
porque son lágrimas sus carnes de burdeles
en la neblina londinense.
No menos de diez pequeñas faldas la noche
imperecedera desnudó de sus voces,
para hurtar los gritos y remedarlos en un eco
de lascivia invisible que, nos revolotea y envuelve
Esas son mis hadas nocturnas;
las hice mías, y después, de su belleza
de mortales quedaron insatisfechas
con el pudor infernal de las ánimas.

La catedral de las piernas permanecerá
extensiblemente abierta para el filo
poluto e irascible de mis palabras;
y aunque hayan partido, la perfección de la vagina
custodia la memoria de mil fantasmas
en otras húmedas soledades,
por mi lengua --y alma-- enferma.
SONAMBULISMO
Y apagaba las lámparas el viento matutino.
Era la hora en que enjambres de maléficos sueños
ahogan en sus almohadas a los adolescentes.
Baudelaire
(reflexión)
Cada día descubro llagas en mi cuerpo,
marcas que apenas siento,
hasta el rozar del agua en la boca,
y el descenso a la búsqueda de mis pies.

(descubrimientos)
Líneas finamente abiertas en profundos
espacios de piel, alargadas fisuras
más profundas cada vez,
más purulentas,
extrañas y desconocidas.
¿Qué hace el cuerpo cuándo reposa
por el olvido y la inconsciencia?
¿Qué hago cuándo no soy yo?
No quiero pensarlo.

(pánicos)
No temo reconocer quién soy, o seré
Tengo miedo de las nuevas heridas en mi piel,
cuando las antiguas han cicatrizado
A veces, las llagas dejan un trazo de sangre al final;
una canal alargada que se une a otra
en el alma

(símiles)
Este cuerpo llora cuando el agua la sacude,
arde en las arqueadas de mis huesos mientras
la espalda asemeja una ramera violada,
que, muestra los latigazos ilegibles
de algún sadomasoquismo difunto.

(síntomas)
Las llagas de mis piernas
derivan en cruces incoherentes;
las manos apestan y apenas puedo cerrarlas,
y mientras se alivian algunas lesiones,
otras (re)aparecen donde no cabe la imaginación.

(malestares)
Me duele el corazón por una hendidura
que, al creerla superflua, no cicatrizó
en el pecho, y sobre el costado tiemblo,
pierdo los dedos en ese agujero
donde estas uñas y huellas dactilares irrumpen
en una marisma de tatuajes coagulados.

(náuseas)
A cada minuto detesto ver:
mis brazos,
las piernas,
el alma,...
detesto observarme en el espejo
y en ocasiones, odio verme desnudo,
admirando mis huesos...

(días sin novedades)
Como un reflejo siniestro son los órganos
en este cuerpo anciano y empolvado
por el hollín de las arrugas.
Las arrugas quedan enmascaradas
y estancan los ojos de lágrimas,
y las cicatrices que el rostro ha olvidado ocultar,
están congeladas en mi tez por siempre.

(negaciones)
Apenas puedo dormir,
apenas concilio el sueño
por el dolor insoportable
del cuerpo flagelado;
por el castigo de esclavizarme
a esta extraña penitencia obligatoria.

(temores)
Cada día discurro los párpados,
tembloroso, y busco alguna llaga distinta
sin comprender que no reconozco
las viejas grietas
Las sábanas son rojizas
y el remanente de mi cabeza desciende
sanguíneo al tragante del baño,
púrpura al inodoro
ante el asombro de los estertores.

(pasos al jardín)
Las rosas en rosal de la abuela eran blancas,
ahora son botones de tonalidades disímiles,
níveas con puntos escarlatas desconocidos, la mayoría,
mientras las espinas cada día sangran más

(conclusiones)
Estos ojos temen cerrarse, pero
no pueden detener el influjo del hastío
Han sido muchas horas en vela
mientas el insomnio duerme en algún
recodo de la habitación.

(delirios)
¿Amaneceré muerto? le pregunto
al sueño, y éste no contesta, calla
cuando escupo la respuesta: Algún día.
A cada hora descubro lesiones en mi ser,
pústulas ceñidas al recuerdo
como espinas viejas al rosal enfermo.
CAMA VACÍA (PENÉLOPE)
Anoche
creí escucharte susurrando esas frases
antiguas que del amor hiciste tuyas,
creí verte desde la sombra, de pie,
mirando ese pedazo de sospecha
que han sido estas noches esperando por ti
creí ver en tus ojos ese deseo de entrar en la cama
Anoche
el silencio fue más nuestro que en meses anteriores
porque no pronunciaste una palabra,
pero tu aliento pausado se escuchaba igual,
tus besos tenían el mismo antojo
y esas caricias que esperaba de las sábanas limpias
estaban incrustadas en tu carne sin saberlo.
Anoche
escarbaste en mis sueños con tu aroma,
con tus ropas, los músculos, esos gemidos de gozo,
apareciste de la nada con esa indocilidad
de océanos navegados;
y despertaste mi piel muda e inerte
desde que te marchaste
Anoche
entró al cuarto tu cuerpo y el sabor del vino
como dos seres extraños, fantasmas independientes
y obscenos de una lujuria hambrienta.
También vinieron todos los hombres
con los que he convivido hasta esta noche
Uno por uno, fue tomándome con la sorpresa
de una misma piel,
de una sola carne penetrada,
intentando llenar mis pensamientos de espera,
los rincones negros de mi impaciencia,
hilando los tejidos desordenados
de una suavidad de sensaciones sin nombre.
Anoche
pensé en ti, y tú, te hiciste de huesos,
hombre, por la bendición de dioses moribundos,
un rostro de oscuridad,
y cera de sudor y temblores por las velas apagadas
fuiste un viento de uvas maceradas
en los labios,
un instante paralizado de demasiadas noches
para una sola desnudez;
el espasmo de muchos sueños en una cama vacía.
Anoche
desperté con tu ropa puesta, vestida de ti;
y la armadura aún descansaba donde antes dormías,
como si el hombre que la vistiera
se hubiese hecho cenizas en los sonidos de la noche.
Al lavarme el rostro, aún era tu cara en mis manos,
y tu pellejo en las lágrimas que después derramé.
Anoche
ocurrieron cosas inciertas en mi memoria
supe que no eras tú, pero aún así te permití entrar
y después, me entregué sin remordimientos,
ni abandonos,
Anoche
fue una sonrisa tierna y desenfada tu ausencia
la voz de nuestro hijo me confesó
que no regresarías a Ítaca;
pero no importaba,
él permanecería siempre a mi lado.
TAUROMAQUIA
Mino(s) tiene una obsesión caprichosa
aquilatada en la saliva,
oculta entre los labios,
apagada en la boca…
Mino(s) resurge taurino ante las noches
de pecado inconfesable.
Los días endosados al olvido y la adquisición
del insomnio,
el temor inherente a la huida
con el taumaturgo de las cenizas abandonadas
no le permiten olvidar la partida presta
de la ceguera ante la ingravidez de sus lamentos.
Es extraño, pero Mino(s) desea engendrar
en mí, las ansias que en otros difuntos
no he permitido.
Añora desesperadamente no ser
como viejas corridas, por ende,
consumadas y muertas
en el cansancio de la carencia;
como análogas caricias extintas
ante la estocada mortuoria
de la duda y el adulterio.

Mino(s) aunque sin confesarlo, cautiva
mis ojos de amaneceres estériles e insípidos
entre los muros de su enfermiza esclavitud
obseso debido al cornudo proceder de su origen,
éste, erige su génesis entre los barrotes de un laberinto
construido para una morada de exilio.
La cornamenta agotada de su verborrea
origina irrisorias excusas ante la insistencia de mi prisión,
cada día más prolongada.
Mino(s) en silencio loa frases al milagro de poseerme.
Al tenerme pierde todo temor por perderme
y asfixia en su idolatría condenada mi lengua
a sus rumiantes entrañas.
Bajo el abrazo bovino derrite cada poro
con cada hebra parásita de su vientre velludo;
desbarata con cornadas violentas y lunáticas
los impotentes bufidos de asirme al aliento
ante la incapacidad de respirar por si solo

Mino(s), el cornúpeto, después de asesinar
a mi cancerbero de carne desconoce otro modo
de bendecir mi ausencia que, con la muerte.
Encerró en cada reja un espejo, con el pretexto
de encontrarme incluso, aunque no estuviese,
mientras la complicidad de su hastío mantiene
el cerrojo de su desvelo como una castidad
altruista en voto de silencio.
Sin embargo, para Mino(s) este es el único espacio conocido,
fallece en las noches, al agotarse la claridad,
moribundo ante la soledad de su equívoco.
Y allí estoy, como el ánima posesa de un cuerpo invisible
en una sonrisa estrecha, angosto al igual
que el sitio donde lloro mi embriaguez.

Mino(s) en una planicie de ensueño abraza
un cadáver pasifaénico con el sabor de mi boca,
y observa como escapo ágil a través de cada pared,
perdiendo la grácil silueta de mi desnudez
en otra forma ilícita e impúdica;
ausentado hasta la nada de verme
sin poderse conformar.
Y rumia un lamento agonizante,
estremecido por la verdad de la pérdida
y el pasto abundante de las frustraciones.
Cuando cierra los ojos, le oigo llamar el nombre
de mi fantasma en las vestiduras. Ariadna.
Abrazarse a mi cuello, llorar al reiterarse
en cada seducción la pesadilla de mi existencia.
Asediado por la ausencia, le agobia
y atemoriza también mi desprecio.
No concibe la distancia de mis dedos sin el ansiado páramo
de las piernas donde ir a perder la vida…
Jamás me dejará ir, a pesar de la abominación;
cuando no encuentra siquiera sentido a subsistir
sin las banderillas de los engaños,
ni los atavíos de su cabeza taurina,
sin las píldoras sedantes de la bestia en su abdomen.

Déjame partir Mino(s), permite morir a este Dédalo travestido,
desvelado y voraz, que, en ansias de respirar mutiló
la imagen paterna de si mismo en mascarada de odalisca.
No intentes extraviarte en estas faldas fatuas de artificios,
olvida la mitología de las penitencias cretenses
y sortea los laberintos internos del alma humana.
Aún sin tenerme me habría extraviado
en los avatares entrecruzados de las contradicciones caóticas,
escapando en los brazos de otro amante senil
con los escalofríos de este acto pantagruélico,
caleidoscópico,
alucinantemente pornográfico.

el cuerpo es / * Liliana Felipe y Jesusa Rodríguez.

El cuerpo es

El cuerpo es el que se arruga, el cerebro no,
mientras mantengas aceitadas la imaginación, y la ilusión.
Hay que empujar al fondo del cajón las cosas que nos puedan lastimar,
hay que poner muchísima atención cuando se baja la escalera.
Hay que agitar a diario el corazón, estar pendiente del colesterol
y del vocabulario desterrar por siempre "ya no puedo más".
El cuerpo es el que se gasta, pero no el amor.
Si la memoria a veces falla, los recuerdos no.

El corazón...
es el reloj que vamos a cuidar y aquí te va un consejo popular:
no dejes de tomar en la tercera edad un tequilita diario.
Y si te asustas de la soledad, escucha el viento, el cielo, el sol y el mar,
y deja que los astros y la inmensidad te canten al oído.
Al envejecer, no dejes de reír.

Envejeces si dejas de reír.
Al envejecer, no dejes de cantar.
Envejeces si dejas de cantar.
Al envejecer, no dejes de bailar.
Envejeces si dejas de bailar.

 
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